En agosto de
este año que ya agoniza, en la VIII Feria
Internacional del Libro, y en el marco de las Jornadas Profesionales que estaban dedicadas a explorar el
maravilloso mundo de los cuentos, una adolescente que cursa el 11° grado, leyó
un cuento de su autoría en un auditorio con más de 80 personas entre docentes,
bibliotecarios y otros mediadores de la educación y amigos de la lectura.
Para entonces
habíamos prometido publicar el cuento que dejó a toda la sala asombrada por la
posibilidad que la pequeña autora lograba con su relato, pero no lo hicimos,
hasta ahora. Sí, queremos hablar de posibilidad
porque eso es uno de los atributos del poder de la fabulación: la posibilidad
de crear personajes que nos digan cosas de este mundo por medio de sus acciones
capaces de sorprendernos y sensibilizarnos; la literatura siempre tiene algo
que decirnos.
Es diciembre, un
diciembre lluvioso. Un diciembre como muchos otros en que andamos rápido y
demasiados ocupados; casi sin tiempo para dedicar una mirada a nuestro entorno
y aprender algo de la realidad. Este cuento quizá habla un poco de eso. Es una
ficción cruel y que describe la realidad desde el punto de vista de un personaje que de alguna forma nos habla y nos
llena de esperanza. El que lee se da cuenta quiere regalar este cuento como un humilde
obsequio de navidad a nuestros lectores. Sigamos adelante, con fe y con
esperanza, como Gris nos lo sugiere.
Carlos Fong
Oficina del Plan Nacional de Lectura del INAC
Carlos Fong
Oficina del Plan Nacional de Lectura del INAC
Gris
Por: Fulvia Carolina Castillo M.
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Familia… me hubiera encantado haber tenido una, mi
madre me abandonó: todo porque era débil y escuálido (pensamiento primitivo pero práctico). Claro,
en esta ciudad, donde nunca para de nevar, un debilucho como yo era imposible que
sobreviviera, pero lo hice.
¡Toma ciencia! ¿Qué se siente perder? No siempre tus
ecuaciones y teorías sobre la vida son correctas. Sobreviví, no sé cómo, pero
lo hice y sin ayuda. Solo robaba la comida que necesitaba y me escondía en
callejones; mi cama eran cartones que encontraba por ahí.
Si tuviera que pensarlo mejor, diría que la calle es mi casa, mi casa pero no
mi hogar. Siempre me dio y me ha dado todo lo que necesito para sobrevivir,
pero no me ha dado calor, ese calor que solo un buen hogar puede dar. Calor que
quisiera sentir ahora mismo porque desde que nací solo siento frío, frío que
podía aguantar cuando era joven, pero
ahora estoy viejo, creo que tengo setenta años o algo así. El punto es que ya
no soy tan joven como para aguantar este frío infernal que consume mis huesos.
Estoy cansado de caminar sin rumbo, pero esta vez es
diferente; antes de partir quiero ir a un lugar donde no juzgan a nadie,
siempre me dije a mí mismo “cuando te mueras, Gris, tienes que morir bajo techo, pase lo que pase,
no mueras en la calle,”
Gris…esa palabra… si me preguntaran ahora mismo cual
es mi nombre, creo que diría “Gris”
¿Quién me lo puso? Yo. Como había dicho antes, mi madre no me quería así que ¿para qué
ponerme un nombre? Sería un gasto innecesario de saliva e imaginación. Tome la
palabra de una de las pocas frases que me dijo antes de marcharse. Recuerdo el
día en que me abandonó, tengo buena memoria para eso lo sé. Todos mis demás
hermanos eran mucho más grandes que yo. No recuerdo sus rostros, pero sí sus ojos, todos eran negros como el
asfalto. Se me quedaron viendo como con curiosidad. En eso, mi madre me arrastró aparte y me miró con una mirada gélida diciéndome:
(-Tienes mis ojos, ¡qué vergüenza!)
Entonces la vi. Mi madre era hermosa, sus ojos eran
grises y penetrantes; eran hermosos, creo que es el único legado que tengo de
ella.
- Ninguno de tus hermanos tiene los ojos grises como
nosotros – me dijo-, pero no importa que
tengas mis ojos, no eres mi hijo, no te
quiero, así que muérete si quieres, no me importa. Lo demás de ese día está
borroso, no sé si es porque no me
acuerdo o no me quiero acordar, no lo sé, ni me importa, solo sé que ella se fue con mis
hermanos. Se fue para nunca volver.
Me detengo en uno de esos edificios donde uno puede
ver su reflejo muy claramente y me digo a mí mismo: vaya si que estoy viejo y
mis ojos sí que son hermosos. ¿Qué se
siente madre? ¿Qué se siente saber que tu hijo más débil sacó tu hermosura?
Ojalá alguna noche te hayas despertado por el remordimiento de haber dejado al
hijo que más se parecía a ti. Ojalá alguna noche hayas llorado por mí. Ya eso
no importa, estoy muy viejo y cansado como para maldecirte, creo en el karma o
como sea que se le diga a eso.
Ya llegué al lugar que estaba buscando, creo que le llaman iglesia, no lo sé, solo sé
que aquí uno viene a pedir perdón por las cosas malas que hizo en vida y también
para hablar con alguien al que llaman Dios y pedirle cosas.
No estoy seguro, es mi primera vez aquí, no hay nadie por suerte, estoy frente a una
gran estatua de un hombre en una cruz, no sé qué decir, pero no me queda mucho
tiempo, así que seré breve con este
tipo:
-
¡Oye
tú! ¡Sí, tú, el de la cruz!, dicen que
tu das vida y propósito a todo ser de este mundo, entonces, ¿cuál es el mío?, ¿morirme de hambre y frío todos los días? A
ver, para que vine a este mundo, ¿a sufrir? ¡Eres un asco si me trajiste para
eso!
Iba a seguir insultándolo pero me arrepentí, al ver su rostro sentí como si estuviera
sufriendo y no solo eso, sufriendo por mí.
-Perdón por todo eso, en verdad, vine aquí para pedir perdón por todo lo malo,
por robar y esas cosas, tú las conoces, al fin y al cabo, tú lo vez todo, ¿no? Solo vengo a pedirte un favor y es que me
dejes entrar a ese lugar al que llaman “el paraíso”, estoy cansado y solo
quiero descansar en paz, gracias por hacerme fuerte, lo suficiente como para
aguantar está vida tan dura y todo eso, pero ya quiero descansar, ¿puedes?, ¡por favor!
Mi cuerpo no daba más, estaba muy cansado, colapsé en ese lugar junto
a esa hermosa estatua de ese hombre bondadoso. Cerré mis hermosos ojos grises consciente
de que no los volvería a abrir más, pero feliz por eso. Ahora, por fin, podría descansar en paz.
-¡Padre Juan! ¡Padre Juan!
-¿Qué pasa hijo mío?
-Hay un perro muerto frente al altar.
La autora: Fulvia Carolina Castillo M. - Cursa el 11° grado en el Instituto Panamericano - IPA
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